El Lenguaje del Afinador – El Arte Silencioso de Madurar Quesos
El Lenguaje del Afinador – El Arte Silencioso de Madurar Quesos. Existe un lugar sagrado en el mundo de la gastronomía donde el tiempo no se mide en horas, sino en la paciencia de un hongo, la serenidad de una cueva y la sabiduría de unas manos que saben esperar. Este lugar es la cava de afinado, y el maestro que la gobierna es el afinador o maestro afinador de quesos. Su oficio no es solo un proceso técnico; es un arte, una conversación íntima entre el hombre, la naturaleza y el producto lácteo. Es, en esencia, aprender a hablar el lenguaje silencioso de la maduración.
Si la quesería es la maternidad, el afinado es la escuela de la vida para el queso. Es allí donde el bloque de cuajada, recién nacido y aún simple, adquiere carácter, profundidad y un alma compleja. Y el afinador es el pedagogo, el terapeuta y, a veces, el sastre que da la forma final a la identidad del queso.
La Cava: Un Útero de Humedad y Misterio
Para entender el lenguaje del afinador, primero hay que entender su estudio: la cava. Olvídese de las luces fluorescentes y los estantes de acero. La cava ideal es un entorno que imita la naturaleza, a menudo una cueva subterránea o un sótano ancestral de piedra.
Los dos pilares de este ambiente son la temperatura y la humedad. Cada queso tiene una «receta» ambiental ideal. Un Roquefort necesita el aire húmedo y fresco de sus cuevas de caliza; un Comté exige una temperatura constante y moderada en grandes sótanos alpinos. La labor del afinador comienza por ser un guardián de estas condiciones. Debe escuchar el aire, saber si la humedad está «demasiado pegajosa» o «demasiado seca» para el lote que está cuidando.
Pero la cava es más que un termostato. Es un ecosistema vivo. Está poblada por colonias de bacterias y mohos (como el Penicillium roqueforti o el candidum) que forman el terroir microbiano del lugar. El afinador no intenta aniquilarlas; al contrario, las alimenta, las guía y, en ocasiones, las domestica para que trabajen en la corteza y la pasta del queso.
La Traducción: Leer la Corteza y Sentir la Pasta
El afinador nunca usa palabras para comunicarse con sus quesos; usa los cinco sentidos y la experiencia acumulada. Su trabajo es una rutina diaria de inspección, que es una lectura minuciosa de la evolución del producto.
1. El Oído y la Vista: La Piel del Queso
La corteza es el primer libro de texto que el afinador debe leer. Para algunos quesos, como los de pasta lavada (Munster, Époisses), el afinador realiza el lavado diario o semanal. Usa una salmuera, a veces enriquecida con cerveza, vino o licores. No se trata solo de limpiar, sino de «pintar» la corteza, creando el entorno microbiano perfecto. El smear (la flora de la corteza) resultante no solo le da el color anaranjado característico, sino que le da el primer toque de sabor al queso. El afinador sabe que un color pálido puede indicar falta de humedad, mientras que un moho grisáceo no deseado exige una intervención inmediata.
Para los quesos azules, utiliza una aguja de acero para el picado o puncionado. Este simple acto inyecta aire en la pasta, despertando el moho azul latente. El afinador «escucha» la calidad del picado, asegurándose de que el aire penetre con la profundidad adecuada, no demasiado ni muy poco.
2. El Tacto: El Alma del Queso
Esta es, quizás, la habilidad más misteriosa. El afinador pasa sus manos sobre los quesos, los levanta, los voltea, y los palpa. No busca la dureza o la blandura, sino la consistencia y la tensión. Al presionar suavemente un Brie o un Camembert, siente cómo el corazón del queso se va «rompiendo» y licuándose lentamente, un proceso llamado proteólisis.
La lactosa, transformada en ácido láctico por las bacterias, se consume, y las proteínas se descomponen en péptidos y aminoácidos que dan complejidad al sabor. El afinador, por el simple tacto, puede estimar qué tan avanzada está esta química interna y determinar si el queso necesita una semana más de reposo o si está justo en su punto culminante. Tocar un queso es sentir su madurez.
3. El Olfato: El Aroma de la Verdad
El olor es la voz más fuerte que emite el queso. Un afinador experto no solo huele el producto, sino también el ambiente. Un aroma demasiado intenso en la cava puede significar un exceso de amoníaco o una maduración que se está acelerando demasiado.
Al acercar la corteza a la nariz, el afinador detecta las notas iniciales: ¿huelen a tierra, a establo, a nueces o a amoníaco? En la punta de la nariz, el afinador puede predecir el sabor. Un queso joven huele a leche o mantequilla; un queso maduro ofrece notas complejas de bosque, cuero o caramelo. El olor es la promesa del sabor que está por venir.
El Rol del Volteo y la Paciencia Selectiva
El acto de voltear el queso puede parecer trivial, pero es vital. El afinador voltea las piezas con una regularidad milimétrica. Esto asegura que la humedad se distribuya uniformemente, evitando que el queso se asiente y se deforme (sobre todo los quesos blandos) o que la salmuera se concentre demasiado en un solo lado. Es un ejercicio de simetría y respeto por la estructura del producto.
Pero el verdadero arte radica en la paciencia selectiva. No todos los quesos de un mismo lote maduran al mismo ritmo. Algunos, por su ubicación en la cava o por pequeñas variaciones en su composición inicial, se desarrollan más rápido. El afinador tiene la autoridad para «hablar» con el queso y decidir su destino:
- Retirarlo antes: Si el queso alcanza su punto máximo de sabor y textura antes de tiempo, debe ser vendido inmediatamente para evitar que se pase.
- Dejarlo más tiempo: Si muestra potencial para desarrollar una complejidad extraordinaria, el afinador puede trasladarlo a una zona más fría o dejarlo más tiempo para una maduración extra-vieja.
- Descartarlo: Si un queso muestra defectos que no se pueden corregir (grietas, mohos perjudiciales), el afinador lo elimina para proteger al resto del lote.
El afinador no es un mero cuidador; es un curador que guía al producto hacia su clímax perfecto. Sabe que su labor es la última y la más delicada. Puede tomar el mejor queso joven del mundo, y si lo arruina en la cava, todo el trabajo anterior de los granjeros y queseros se pierde.
La Recompensa: El Sabor del Tiempo
Cuando el afinador finalmente decide que un queso está listo, no es solo el final de un proceso; es el cumplimiento de una promesa. El queso, antes un lienzo en blanco de leche, se ha transformado en una obra de arte comestible.
La labor del afinador de quesos nos recuerda que la grandeza de ciertos alimentos no reside en la velocidad o la alta tecnología, sino en la interacción paciente con el tiempo. Es un oficio de observación, de intuición y de profunda humildad ante los procesos naturales.
Al probar un trozo de queso perfectamente madurado, estamos probando la humedad constante de la cava, el roce de las manos expertas, el silencio del moho y el terroir que le dio vida. Estamos, en última instancia, escuchando y entendiendo el lenguaje silencioso y complejo del afinador, el maestro que nos enseña que las cosas verdaderamente buenas en la vida, simplemente, no se pueden apurar.



